Nuestra victoria no proviene de nuestra fuerza ni de nuestra perfección, sino del Señor. A pesar de nuestras fallas, debilidades y caídas, Él nos levanta, nos restaura y nos conduce a la victoria que solo Él puede dar.
“Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” — Romanos 8:37